Adoraba hasta tal punto la bollería del horno argentino cercano al apartamento que la pereza para levantarse no se encontraba entre sus rutinas matinales. Después, zapas, camiseta, y a patinar sumergido en la agradable brisa oceánica. Su figura, a veces flexionada, otras erguida, zigzagueaba y se fusionaba con los paisajes que transitaba, irradiando frescura y optimismo. Por momentos frenaba de repente, se detenía y dibujaba las formas de todo Mustang o Pontiac con el que se cruzara: sus ojos, fijos en el coche hasta que desapareciera tras los árboles y edificios; vibrando aún al volante, sus manos.
La fascinación que cada día sentía al llegar lo paralizaba, y por unos instantes, skate en mano, permanecía inerte antes de cobrar vida de nuevo, alzar la mirada y adentrarse con fuerza y entusiasmo en el taller que un amigo había improvisado en el garaje de su casa. Allí, rodeado de los diseños y prototipos que juntos ideaban, Miguel exteriorizaba su prolífico universo interior, se inspiraba y fraguaba una incipiente revolución, solo entonces quimérica.

A la vuelta, cayendo la tarde, siempre reservaba un rato para escuchar a alguna de sus bandas favoritas en cualquiera de las colinas salpicadas por la zona; mientras, divisaba la bahía y se imaginaba zarpando hacia costas del Pacífico occidental, con el deseo de explorar ambientes underground y descubrir las creaciones animadas que con tanto ímpetu irrumpían en el país nipón.
Solía pasarse por el italiano de la esquina antes de subir; charlaba de fútbol con Donatello y se aprovisionaba de varios trozos de sus deliciosas pizzas. Recostado en el sofá, con los pies descalzos apoyados en la mesa y disfrutando de una peli clásica de los 40 o los 50, se los zampaba y zzzzzzzzzzzzz.
Miguel Sanz, autor del logo del proyecto “Undergrounding London”, es un joven diseñador gráfico; no puedo evitar verlo compartiendo experiencias y aportando su brillante creatividad en la California de la segunda mitad de los 70.
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